Por: Diógenes Armando Pino Ávila
La escaza o ninguna bibliografía
sobre el “baile cantao” denominado Tambora, hace difícil el estudio sistemático
de este fenómeno musical y dancístico, practicado desde hace siglos por los
moradores de la subregión denominada “La depresión momposina”, esta falta de
documentación hace que esta manifestación cultural no sea tenida en cuenta a
nivel nacional, ya que los estudiosos de estas expresiones populares no la
conocen o la dan por extinguida.
Trataremos de hacer un esfuerzo
para recrear la génesis de Las Tamboras en el contexto de la cultura del río,
partiendo de la premisa que es el canto primigenio, fuente nutricia de los
demás cantos de la costa Caribe colombiana. Su nacimiento se da en ese nicho
ecológico sagrado que es el río Grande de La Magdalena, en esa región acunada
en “una extensa hondonada localizada entre la llanura Caribe y las
estribaciones de las serranías de Ayapel, San Lucas y Perijá”[1].
La “depresión momposina” es un
territorio de aguas, bañada por cuatro grandes ríos: Magdalena, Cesar, Cauca y
San Jorge, los que a través de innumerables caños alimentan a un sistema de
ciénagas y humedales extensos, esto hace que sea la pesca uno de los renglones
más socorridos de la economía de sus pobladores. Precisamente, el ser un
“Territorio de agua” y el abandono tradicional del gobierno central ha dificultado
por largos años la construcción de vías carreteables impidiendo su progreso y
desarrollo económico, pero vale la pena anotar, que precisamente esa falta de
comunicación, permitió que se mantuviera incólume La Tambora como manifestación
cultural transmitida de padres a hijos.
A la llegada del español, gran
parte de este territorio sobre las riberas del río Grande de La Magdalena, el
grupo étnico Malibú lo poblaba, este pueblo “tenía un patrón de poblamiento
lineal sobre los barrancos que bordean los cursos de los ríos, en viviendas
dispersas y caseríos ribereños. A orillas del Magdalena establecieron
poblaciones de alguna importancia como Mompós, Tamalameque y el mercado de
Zambrano. (Reichel-Dolmatoff, 1951).”[2]
"Aún en 1.579 se distinguían
dos grupos que hablaban idiomas emparentados: Los Malibú del Río y los Malibú
de las Lagunas. Los Malibú del Río vivían principalmente en las poblaciones de
Tamalameque, Tamalaguataca y Nicaho, así como los de la ribera entre esta
región y Tenerife; mientras que los Malibú de las lagunas vivían entre las
regiones de Senpeheguas, Panquiche (pancuiche), Potosí, Zapatosa, Simichagua y
Soloba o Saloa".[3] Estas dos citas nos ubican en el componente
indígena que hizo parte de La Tambora y que con su aporte fortalecieron nuestra
cultura riana.
A finales del siglo XVI se da con
fuerza la conquista española, irrumpiendo el hombre blanco a nuestro territorio
imponiendo su idioma, cultura y creencias y modificando el mundo local en
cuanto a técnicas de producción y herramientas de trabajo, además impuso unas
relaciones de poder y sumisión sobre los
indígenas de la región.
Más adelante, el blanco se da
cuenta que el indio no tenía la fortaleza para desempeñarse en las labores de
boga o en la minería, en su reemplazo introdujo al negro como esclavo, dejando
el camino expedito para que se diera el cruce racial y se fraguara el
sincretismo cultural y religioso donde se incubó La Tambora como expresión
musical y dancística que hasta hoy nos identifica.
En este contexto sociocultural
tuvo la nacencia La Tambora. Se me ocurre pensar que primero los Malibues
emparentados con los Chimilas, en sus ceremonias y pagamentos, danzaban
alrededor de un tronco hueco al que al final los negros cubrieron con parches
de cuero en reminiscencias de los tambores de su África distante y añorada, por
último el indio, el negro y el zambo vistieron prendas similares a la de los
españoles completando el atuendo y parafernalia de nuestra música y danza.
Este canto primigenio era
acompañado por las maracas indígenas, la tambora macho y hembra de los negros y
el toque de palmas de los blancos, como únicos instrumentos. La voz de las cantadoras y el coro de voces
que contestaban el responso llevaban la melodía, en tanto movían sus cuerpos al
ritmo de ese canto de melodía silvestre, mientras consumían licor para suavizar
las penurias de su vida sometida al yugo español. Creo que este ambiente de
compenetración socio-étnica fue el caldo de cultivo para que se diera el cruce
racial dando origen a ese zambaje muy propio de la región de Loba.
La Tambora nace virgen en un
ambiente rural, perfumada con el olor de las plantas que crecen y florecen en
los barrancos del río, arrulladas por el murmullo de sus aguas, y alumbradas
por la luna plateada que se inclina desde lo alto para besar la piel canela de
las cimbreantes parejas que danzan con hipnóticos movimientos llenos de gracia
y elegancia. En este momento de la historia las cantadoras cantan versos
sencillos festejando la cotidianidad de la vida. Aquí no hay una unidad
temática en el canto, son una variedad de temas y dichos que narran diferentes
historias y sucesos de la vida del pescador, del leñador, del boga, esta
variedad temática es unida solo por la melodía y por el coro o “contesta” que
hace de hilo conductor para contar las historias. En este momento no hay
ninguna pretensión estética, ni literaria al componer la letra de La Tambora,
solo los anima el espíritu lúdico y festivo con que se deleitaran en la Noche
de Guacherna.
Más adelante, estos cantos
silvestres y sencillos, tomarán el camino de los playones, los causes de los
ríos y los caños, navegarán por las aguas mansas de las ciénagas e irán
sentando reales en otros poblados del vecindario y esa historia local contada a
través del canto de Tambora, comienza a sufrir variaciones en un proceso de
universalización en el entorno geográfico de la depresión momposina, donde los
nuevos oyentes se apropiarán de esos versos incluyéndolos en esa memoria
colectiva que se transmite de generación en generación.
Andando el tiempo la educación
llega a estos apartados lugares, los curas jesuitas y algunas congregaciones
religiosas inician la preparación escolar de los moradores de estos pequeños
poblados, lo que se verá reflejado también en La Tambora, ya que la estructura
de la letra de las canciones, tomará variaciones acogiéndose a la arquitectura,
por decirlo de alguna manera, de la poesía española, aquí La Tambora cuenta una
historia, un cuento que refiere hechos, personajes y lugares conocidos por los pobladores.
Con la navegación de los barcos a
vapor que arriman a nuestros puertos nos llegan noticias de otras formas
musicales, la ranchera y la música de viento lo que necesariamente impacta La
Tambora, pues su letra adquiere unidad temática y se cantan en tambora,
historias completas, es decir La Tambora adquiere unidad en el mensaje de su
letra. La tambora penetra por caminos, caños, ciénagas y ríos buscando sitios
geográficos donde incubarse, y en efecto, llega a incubarse en toda esa extensa
hondonada llamada depresión momposina, y en cada poblado donde llega, se recrea
adquiriendo elementos singulares de ese sitio, es decir en cada espacio
geográfico donde hizo escala La Tambora es la misma y es otra. La misma, por
cuanto mantiene su fuente, su origen, y es otra, por los nuevos elementos que
adquiere en cuanto a ritmo, instrumentación, voces y danza. Para aclarar este
aspecto mencionaré grosso modo: El perillero, el baile bricao, y la tamborina
de Ríoviejo, la tambora redoblá de San Martín, la tambora bajera y los gallitos
de Altos del Rosario, la tambora corrida de Venancia Barriosnuevo en Hatillo de
Loba, la tambora melódica de Angel María Villafañe en Barranco de Loba, la
tambora alegre de Tamalameque. Todas estas tamboras diferentes, pero que siguen
siendo la misma de la depresión momposina, dando una variedad que enriquece
nuestro folclor.
Los vaqueros que transportaban
ganado de a pie, de un pueblo a otro, para ser embarcados en los puertos del
río, fueron transmisores y difusores de cultura, desde la depresión momposina
hacia los pueblos más apartados, se puede decir entonces que los cantos de
vaquería y las tamboras hicieron vida común por esos parajes y viajaron juntos
en un periplo extraordinario de expansión, a tal punto que La Tambora llegó a
todo el Magdalena Grande (departamentos del Magdalena, Cesar y Guajira), es
decir, el reino de La Tambora cubrió este vasto territorio y que andando el
tiempo, en estas nuevas latitudes, también sufrió un proceso de recreación y
transformación, en cuanto a canto, baile e instrumentación, por ello es fácil aseverar
que primero fue Tambora que vallenato y que este último tiene el ADN de La
Tambora.
Esa Tambora que se acomodó en el
Magdalena Grande recibió la influencia de la ranchera mexicana que se escuchaba
en los bares y teatros de provincia y el sentido dulzón y sentimental de sus
historias permearon su canto, comenzó ahí a imitar la letra de la canción
mexicana y después se involucró la guitarra para acompañarla, lo que muchos
años después, con el advenimiento del acordeón, que entró por la Guajira, dio
origen a lo que hoy se conoce como música de acordeón y que los oriundos de
Valledupar llaman música vallenata.
Afortunadamente en la depresión
momposina La Tambora ha mantenido su esencia, y nuestros mayores no han dejado
de practicarla y transmitirla a las nuevas generaciones para que perdure, por
ello me regocija ver en cada festival el surgimiento de grupos de niños que
practican este baile cantao como un signo de que La Tambora como canto
primigenio nos hará visibles y diferentes en este mundo globalizado de hoy día.
[1] http://pueblosoriginarios.com/sur/caribe/momposina/depresion.html
[2] http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/arqueologia/prehisp/cp01.htm
[3]
REICHF _ DELMATOF, Gerardo, Datos Histórico-Culturales sobre las Tribus de la
Antigua Gobernación de Santa Marta, Bogotá, Banco de la República, 1.951, p.
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1 comentario:
necesito la estructura del alegre y la tambora en la puya y el chandé
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