Por: Diógenes Armando Pino Ávila.
Los videos que hemos publicado
sobre el XXIV Festival Nacional de la Tambora y la Guacherna llevaban como
propósito fijar una mirada crítica sobre la forma como los grupos de Tambora
han empezado a distorsionar el folclor que decimos amar.
La intención al hacer las críticas
ha sido siempre el de sacudir las conciencias de los grupos, cultores, amigos y
amantes de las tamboras para que retomemos la tradición y mantengamos puro
nuestro folclor. Esta es la única manera de conservarlo y transmitirlo a las
nuevas generaciones. Aclaro, no me molesta para nada las proyecciones, o
mixturas de sones y ritmos que tengan a bien hacer, pero en los Festivales de
Tambora, esos que buscan mantener viva la tradición de la cultura riana, pienso
que, es un despropósito presentar como tambora, aires, ritmos, cantos, toques y
bailes totalmente distorsionados y contaminados por folclor de otros pueblos
ajenos a nuestra cultura.
Reconozco que cada grupo, cada
integrante, hace un esfuerzo enorme por asistir a ensayos y por disponerse a
viajar hacia los otros pueblos llevando la alegría de las tamboras, es por ese
esfuerzo ingente y por respeto a los otros grupos que se debe llevar la tambora
como es.
Está claro que la mayoría de las
parejas, mujeres, levantan los brazos como si estuvieran bailando porro, somos
conscientes de que algunas tocan palmas y todos sabemos que eso no es propio de
las tamboras. La única manera en que las abuelas levantaban los brazos era
cuando las acciones narradas por la cantadora lo exigían (Volá pajarito, El
avión, Se encojó mi caballito, Recogé la
verdolaga, Etc.), solo en estos casos lo hacían para imitar los movimientos de
las acciones narradas por el canto.

Todos sabemos que, en los cantos de
tambora, el cantador o cantadora inician su canto con el coro, el que es respondido
y a partir de ahí vienen los versos del canto. ¿Entonces para qué insistir en
comenzar los cantos de tambora con unos versos diferentes y repiques de tambora
y currulao como si fuera una cumbia?
Nuestros mayores lucían el sombrero
con respeto y decían que esa prenda era la corona del hombre. Hubo más de una
pelea por tomar de la cabeza el sombrero de otro hombre, nuestros mayores
consideraban este acto como un irrespeto a la dignidad y a la hombría. El
sombrero se portaba con gallardía sin importar el tipo o calidad del mismo.
Quitarse el sombrero al entrar a misa o a una casa era norma de cortesía.
Descubrirse la cabeza levantando el sombrero era una de las caballerosidades
con que se premiaba la hermosura de las damas.
La tambora recoge estas expresiones, por eso el parejo se descubre ante
la pareja y con cortesía la invita a bailar, luego con el sombrero le guía y le marca el camino
a seguir en el baile. ¿Entonces por qué arrastrar el sombrero, por qué azotarlo
contra el piso, por qué lanzarlo al aire y darles vueltas grotescamente?
Lo del vestuario es una discusión
agotada, en las fotos vimos cuál ha sido la evolución del vestido en la tambora
y quedó claro que el vestido de raso, línea de vestuario de Tamalameque,
obedece a las telas y modas usadas en épocas pasadas y que le encargué a
Edgar Guerra Noriega, modisto y bailarín para que nos orientara sobre el particular, de eso hace aproximadamente 40 años. El vestido oficial de la tambora, el que se
escogió en el segundo Festival de Tamalameque, obedece a las orientaciones de
Edgar y se fijó la falda larga de sayas la blusa con encajes y mangas
largas o tres cuartas, con el faldón por fuera acogiendo algunos rasgos de la rebeldía
de la mujer negra que nunca se acuñó el faldón de la blusa.
La flor de coral en la cabeza de la
pareja fue consultada con bailadoras ancianas de la región, las que coincidían en
el coral y que la posición de la flor en la cabeza indicaba si era señora o
señorita, con esto se evitaban malentendidos con los hombres.
La pañoleta, la usaban nuestras
abuelas cuando estaban con ropa de fiesta o viaje y las usaban las cantadoras
anudadas al cuello para evitar el refrío en las noches de guacherna. En épocas
pasadas, nuestros mayores a dichas pañoletas le daban el nombre de "colegallo" o "senseviere". El
parejo y el cantador anudaban su pañuelo al cuello, igual que las parejas para
evitar el resfrío.
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