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lunes, abril 18, 2011

TAMBORAS Y NOCHES DE GUACHERNA

En este pueblo, desde tiempos inmemoriales se ejecuta un son electrizante de reminiscencias triétnicas, llamado "La Tambora". Son hechizante y sensual, ejecutado desde el 5 de diciembre hasta el 6 de enero, recibiendo su máximo esplendor a la entrada del "Año Nuevo", donde los tamalamequeros al compás de la tambora (hembra), y el currulao (macho), recorren las calles del Poblado, cantando "El Pajarito", deteniéndose en las puertas de las casas de personas prestantes, danzando y cantando el "berroche": "Volá, volá volaba el pajarito, volá, volá, volaba el pajarito" Obligando al dueño de la morada a gratificar al tamborero con una botella de ron; recibida la cual continúan el recorrido, hasta darle la vuelta al poblado.

La tradición nos indica, que por esas fechas, cualquier persona se aprovisionaba de un bulto de ron (antes el ron venía así: en bulto.), se ubicaba en la esquina de "La Casa Amazona", o frente a la casa de Isabel Vega o cualquier esquina del barrio "El Machín", "El Colorado", "La Mochila", "Palmira",o "Flores de Sabana", y diciendo ser "Cabeza de Guacherna", llamaba a los tamboreros y comenzaban a ejecutar el ritmo.

Al dum-dum de las tamboras, se van acercando los curiosos y al cabo de un rato, arman la "Guacherna", donde las "cantadoras" vistiendo sus largos pollerones de colorines, con sus "pañoletas", "colegallos" y "Sensevieres", pasando por el hombro derecho y anudadas a la cintura por el lado izquierdo en bandolera; improvisan versos preñados de gracia y picardía, dedicados a los asistentes; cuando no interpretan los nostálgicos −casi lamentos− cantos tradicionales de los "Pozos brillantes", "La Hierba buena", "La Verdolaga", "Los Tres Golpes" y mil ritmos más que la sabiduría popular ha creado dejándonoslos como herencia en la tradición oral, siendo transmitidos de generación en generación, enriqueciendo con ello nuestro vasto patrimonio cultural y folklórico.

Cabe mencionar el hecho mágico, que la tradición afirma: En noches de tambora, cuando el silencio nocturno es roto apenas por el acompasado ritmo de las tamboras y la dulzona y nostálgica voz cantarina de las tamboreras, se alcanza a escuchar el grito espeluznante de "La Llorona Loca", al parecer, lamentándose no poder participar en el jolgorio popular. Nuestros abuelos −tal vez alucinados por el hechizo de la danza, o el ron− aseguran, jurando, haberla visto alguna vez en su vida.

Estas costumbres tradicionales, desafortunadamente se han ido perdiendo. Nuestra misión es rescatarlas, haciendo renacer nuestros valores culturales vernáculos, diluidos por el tiempo y opacados por la nefasta influencia de corrientes musicales de corte modernista de penetración cultural extranjera.

Estos hechos mal forman nuestra juventud en detrimento de nuestro folclor nacional y regional. Nosotros, todos estamos llamados por responsabilidad histórica a hacerlos renacer. El Tamalamequero actual, apegado a sus ancestros, ha vuelto por la mística de las tamboras, conformando una serie de grupos que ejecutan este son, y hoy se preparan para enfrentarse a los grupos de los pueblos vecinos, dentro del marco del Festival Nacional De La Tambora, que por los días del mes de diciembre se efectúa bajo la programación de La Casa de Cultura y Turismo de Tamalameque.

La Tambora es la expresión cultural de aquel que los cronistas llamaron País Chimila o Pocabuy, que se extendía desde la desembocadura del río Cesar, pasando por la ciénaga de La Zapatosa hasta las estribaciones de la Sierra Nevada en el Valle de Upar, y que se abría río abajo por el río Grande de La Magdalena.

En la actualidad, lo practican en los municipios de Arenal, Morales, Ríoviejo, El Peñón, San Martín de Loba, Barranco de Loba, Hatillo de Loba, Altos de Rosario, Santa Ana, Talaigua, Guamal y vale aquí la pena resaltar que de los 25 municipios que conforman el departamento del Cesar, hay muchos que aún conservan La Tambora como su baile y canto ancestral: Tamalameque, Gamarra, La Gloria, Curumaní (en el corregimiento de San Sebastian), Chiriguaná (en el corregimiento de La Sierrita), El Paso, Chimichagua, El Cpoey, y algunas reminiscencias en ancianos de La Jagua, Becerril y Astrea. Me atrevería asegurar, que si se hace un trabajo de campo, serio e imparcial y entrevistamos a mayores de 80 años y como dinámica de entrada le ponemos a escuchar tamboras tradicionales, llegaríamos a la conclusión que La Tambora fue el canto primigenio del Cesar y La Guajira, pues son departamentos hijos del Magdalena Grande y que de sus entrañas nació o se derivó el vallenato.

Este hecho se ha negado en la práctica y en la literatura cesarense, pues el vallenatocentrismo por su falta de humildad, no ha querido reconocer sus orígenes en La Tambora, salvo algunas excepciones en los libros de Ciro Quiroz y Tomas Dario Gutiérrez que tocan muy tangencial y marginalmente el tema.

En los últimos años, y acentuada hoy que preparan la documentación para solicitar la guarda del vallenato como patrimonio cultural, se ha generado en la ciudad de Valledupar, una discusión “folclórica y retórica”, donde algunos intelectuales entendidos en lo que ellos llaman “vallenatología”, pretenden como un gesto de “desprendimiento” concedernos la “gracia” de que La Tambora sea el quinto aire del vallenato, como si la tambora necesitara tamaño favor. No me parece correcto, pues el simple hecho de catalogarla como el quinto aire del vallenato y ser ejecutada con el acordeón, la pervertiría y la mataría.

La tambora no podría ser el quinto aire del vallenato por una razón elementalísima, y es que, la tambora también tiene cuatro aires: “Tambora, Guacherna, Chandé y Berroche.” Esto significa que para cobijarla dentro del vallenato este tendría que asumir cuatro aires más llegando a ocho. Imagínense un conjunto vallenato encartado tocando ocho aires para poder mostrar su versatilidad en un festival.

A los de esta idea, sin ser grosero o arrogante, les aconsejaría que investiguen más sobre nuestra cultura y que por favor no cometan tan horrible folcloricidio, dejen nuestro “baile cantao” tranquilo, que si en las cuatro largas centurias de su existencia, no ha desaparecido, creo no desaparecerá por ahora. Hay que recordar que el nuestro, “el baile catao” llamado Tambora es cultura de resistencia y por tanto inmortal.

Ojalá tan solo por curiosidad, vieran o escucharan tamboras como “La perra”, “La candela viva”, “Se encojó mi caballito” y tantos otros cantos entonados por nuestras cantadoras, se asombrarían de saber la antigüedad de dichos cantos y su origen popular, anclados en un tiempo, donde ni siquiera el marino que trajo el acordeón, pensaba cruzar el mar para acomodarla en la península de La Guajira.

Sirve esta reflexión para tratar de reconstruir los embates que los tiempos le han deparado a La Tambora tratándola de extinguir, pero la tradición ha sido más fuerte que cualquier otra circunstancia y la ha mantenido incólume y siempre activa en Tamalameque y la depresión momposina, veamos:

Con el paso del tiempo, la apertura de la carretera troncal de oriente y la construcción del ferrocarril irrumpieron en Tamalameque una serie de factores culturales que comenzaron a permear el acervo cultural vernáculo. Tales elementos fueron, entre otros, la música de viento que llegó primero con los buques a vapor que atracaban en Puerto Boca en busca de la leña con que alimentaban el fuego de sus calderas y que les proveía la tía abuela Santiaga con lo que ella logró amasar su fortuna. Más adelante don Julio Cordobés, un momposino tuerto que llegó a nuestro pueblo como instructor de música, integró la banda “Catorce de Septiembre” con jóvenes aprendices de músico. Las personas forasteras y con mejor posición económica, asumieron esta música como propia, ya que en su mayoría eran originario del Bolívar grande, por contagio, tal vez, por imitación los tamalamequeros pudientes también terminaron asumiéndola, comenzando así, a relegar nuestra música vernácula.

Tiempo después don Andrés Robles trae a Tamalameque el primer radio receptor, lo que fue un acontecimiento y la gente en romería llegaba a la tienda de don Andrés a ver este fenómeno tecnológico. Contaban nuestros mayores que este acontecimiento generó todo tipo de reacciones: asombro, incredulidad y desconcierto. Una de las anécdotas que escuché y que poderosamente llamó mi atención fue la del papá del tío Natalio que incrédulo se resistía a creer lo que le contaban de la radio de don Andrés: “una cajita pequeña de madera pulida que habla”, él tercamente sostenía que eso era mentira y que de ser cierto sostenía: “Son esos muchachos traviesos, hijos de Chepa Ravelo y Narciza Vera que se han vuelto brujos y se ponen chiquitos se meten en la cajita para asustar a la gente, ¡Se oyera aquí en “El Cañito!” (Así se llamaba su finca).

Con la radio comenzó el posicionamiento de la ranchera mexicana desplazando a la música de banda. La ranchera era música para escuchar y la música de viento música para bailar, no obstante el pueblo, la clase popular siguió bailando tamboras y haciendo sus noches de guacherna en la celebración de sus santos.

Más adelante los gitanos que en su trashumancia visitaban a nuestro pueblo comprando caballos y leyendo el futuro en las callosas palmas de las manos de los tamalamequeros, trajeron cual Melquiades el cine, presentando películas mexicanas. Labor que después fue continuada por un antioqueño llamado Antonio Castaño quien con su visión de comerciante trajo a Tamalameque un proyector de cine y construye el “Teatro Magdalena”, esto trae como consecuencia que la música ranchera penetre el gusto de nuestras gentes y se pronuncie el desplazamiento de las tamboras.

Andando el tiempo Francisco Oviedo y Sergio Robles por diferentes caminos llevan el acordeón al pueblo y los tamalamequeros escuchan el vallenato por primera vez, posiblemente cantos de tambora acompañados con este instrumento como lo haría mucho tiempo después Alejo Duran en El Paso acompañando y cantando las tamboras que cantaba Juana Francisca Villarreal su mamá y que después ya mayor continuo haciendo con las tamboras de Altos del Rosario y demás pueblos de la depresión momposina de donde sustrajo “La perra” y otras canciones de nuestro folclor. A todas estas la tambora seguía practicándose por la gente del común.

A finales de los años 50s llegan las primeras bocinas llamadas pick up que cobran fama y se arraigan en el espíritu fiestero del tamalamequero, entre los Pick Up famosos sobresalieron el de Chico Pedraza y el de Natividad Mejía con los que realizaban bailes populares en “La Terraza” el primero y en “Flores de Sabana” el segundo. Estos bailes populares llamados “bailes boletiaos” tenían la particularidad de que el parejo compraba al menudeo unas boletas que tenía que ir entregando al final de cada pieza a la pareja de baile que en ese ambiente era conocida como “La picolera”, estas últimas eran mujeres del común que el dueño del Pick Up pagaba una comisión por cada boleta que devolvía.

En estos bailes se acostumbraba “el barato” costumbre de interrumpirle el baile, o a lo mejor el cortejo, al parejo para que cediera su pareja a un nuevo bailarín que pedía “el barato”. Esto era extremadamente fastidioso y algunos parejos lo consideraban una provocación ocasionando grandes riñas a trompadas que ponían fin a la fiesta y terminaban en una batalla campal de botellazos donde salió más de un descalabrado.

Era conocido por todos la rivalidad entre los dueños de estos dos Pick Up quienes comenzaron su competencia tratando de adelantarse uno al otro en la adquisición de los discos de moda que compraban en la población de El Banco, pero esta rivalidad subió de proporciones cuando en uno de los bailes de Chico Pedraza unas picoleras y sus parejas casi de desnudan en público desesperados por el escozor que le producía la pelusa de “la pica-pica” que su rival había hecho regar en la pista de baile para derrotarlo. Después de este episodio hubo saboteos de lado y lado, incluso la utilización de brujos y aseguranzas, cada uno por su lado tratándose de proteger el uno del otro.

Con los bailes de Pick Up se populariza el canto vallenato en Tamalameque al punto que las tamboras quedan relegadas solo al barrio Palmira donde Eliecer Romero y los hermanos Ramírez junto con Brígida Robles animaban el jolgorio con tamboras, también al final del barrio “Aluminio” Demetria Carmona y sus hijos hacían otro tanto, con ello se demostró que la tambora era irreductible y que perduraría en la conciencia colectiva de nuestro pueblo como la expresión cultural identitaria del tamalamequero.

Tomado del libro: Tamalameque historia y leyenda de Diógenes Armando Pino Avila

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