Por Diógenes Armando Pino Ávila
En éstos 42 años que llevo de
observación de las tamboras, he vivido y he sido testigo de una serie anécdotas tan
divertidas e interesantes que un día de éstos, cuando la pereza me abandone las
contaré en un libro sobre las tamboras.
Hoy quiero referirme a una en especial, la de
una pareja de jóvenes capitalinos que me escribieron una carta, (cuando eso no
había Emails, ni chats, ni WhatsApp, ni ningún otro medio de los que hoy nos
brinda la Internet). En dicha carta me manifestaban su deslumbramiento por las
tamboras, las que habían tenido la oportunidad de ver en un programa que pasó
un canal institucional de la Tv colombiana, sobre el II Festival de la Tambora y la
Guacherna de Tamalameque. Me contaban
que eran estudiantes de una Universidad bogotana, que ella estudiaba
Licenciatura en idiomas y él iba por mitad de la carrera de ingeniería, pero
que ambos hacían parte de uno de los grupos de danza de dicha universidad.
Decían en la misiva que al mes
siguiente estarían de vacaciones y que tenían programada una gira por la
depresión momposina, para tener la experiencia de primera mano sobre la cultura
riana. Que dejaban para último lugar en su recorrido a Tamalameque pues tenían
referencias de mis inquietudes sobre la cultura del río y deseaban hacerme una
entrevista y mostrarme lo que recogerían en su recorrido. Les contesté que sí,
que podían pasar por mi casa cuando lo estimaran conveniente que yo los
atendería en sus inquietudes.
Un mes después se presentaron en
mi casa, eran un par de jóvenes de tez blanca, rubio él, ella trigueña y
hermosa, ambos hablaban con esa forma ceremoniosa de: “don” y “sumercé” muy particular
de los andinos y que a los caribes nos hace tanta gracia, ya que somos llanos y
amigueros, y tuteamos con prontitud a las personas. Aún entraron a la casa y se
presentaron, pusieron sus morrales a sus pies, sacaron cámaras, libretas y estilógrafos
y comenzaron una serie de preguntas pertinentes sobre la tambora, sus aires,
sus cantos, su baile. Recuerdo una pregunta que hizo la muchacha: ¿Por qué un
hombre que organiza el festival, no canta, no toca ningún instrumento y no
baile la tambora? No recuerdo que le contesté, a lo mejor me excusé diciendo
que era arrítmico de nacimiento o qué se yo, cualquier cosa para que se
rieran.
Al final de la entrevista me
contaron que estuvieron en Altos del Rosario, en Hatillo, San Martín y Barranco
de Loba y que tuvieron la extraordinaria experiencia de aprender a bailar
bebiendo de la fuente viva de los ancianos de esos poblados, que si les
permitía hacerme una muestra de lo aprendido para que les dijera si habían captado o
no el baile de los ancestros del río Grande de la Magdalena. Les dije que sí.
Prendieron su grabadora y al ritmo de una tambora comenzaron a bailar. Lo hacían
con gracia y con entusiasmo, se notaba que tenían rato de ser bailarines en los
grupos universitarios, bailaron tres tamboras.
Se sentaron sonrientes y expectantes
esperaban mi veredicto. Lo pensé por espacio de dos o tres minutos, mientras
veía en retrospectiva, con los ojos de la mente, la muestra de los tres bailes
que habían realizado. Hice una pequeña introducción, sobre la juventud y la
ancianidad, les hable sobre los efectos de la edad sobre la motricidad de las
personas. Ellos me miraban con el desconcierto de aquel que cree que su
interlocutor está loco, o que responde a preguntas que no sabe la
respuesta. Les sonreí y les dije, lo que bailaron es tambora, en efecto, tamboras
bailadas por nuestros ancianos y ustedes lo han imitado a la perfección, pero... hay un pero, ustedes son jóvenes y deben bailarla como jóvenes. El muchacho me
dijo: ¿Perdón? Usted que siempre ha hablado de la tradición y el respeto por la
misma, ¿nos pide que bailemos como jóvenes? ¿No se contradice Usted? ¿Hay
coherencia en su discurso?
Sonreí de nuevo y procedí a
explicarles: Ustedes están imitando a los ancianos que vieron y lo hacen igual
que ellos, pero no han tenido en cuenta que ellos bailan con las piernas abiertas, porque buscan un mayor ángulo de sustentación y la anciana suelta la falda con una mano y levanta el brazo un poco tratando de compensar su punto de
equilibrio cuando da la vuelta. No es que las tamboras se bailan así, es la
edad de ellos las limitaciones físicas de la edad les hace bailar así. Ustedes son jovenes, deben bailar como tal y con eso no irrespetan la tradición.
Hoy les diría en palabras de tiempo presente: Supóngan que ustedes son el hardware, (la máquina) y que el baile es
el software. Debes configurar el software de acuerdo al modelo del hardware.
Ustedes son un modelo nuevo, entonces el software, es decir el baile, se debe
hacer con la agilidad y la viveza del joven. El anciano lo baila a su ritmo con
las limitaciones que su cuerpo y la edad le imponen.
Los muchachos me abrazaron y me
dieron las gracias, después de conversar sobre otros aspectos de nuestra cultura se despidieron de mi con mucho cariño. No sé si supe
explicarles lo que había observado como tampoco sé si he sabido explicarles a
ustedes lo que observé en ese momento.
Maestro, buenos días espero que se encuentre muy bien, es una situación de forma simétrica con todos los grupos que estamos en la zona andina y amamos el sentir de una tambora. Muy apropiado el comentario y la sugerencia a aquellos estudiantes, puesto que también apoyo su postura y es necesario que muchas personas que enseñamos danza tengamos referentes, afluentes, autores que nos narren vivencias pero que como usted lo manifiesta, sea el uso indicado al bailarlo al expresarlo me encanta el texto maestro... Aplica para muchos que el concepto de tradición es seguir tal cual lo vieron en youtube y no asumir tan bella experiencia como lo es ir al lugar de vivencia... Excelente
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