Por: Diógenes Armando Pino
Ávila
Aún cuando el tema, por su
interés, corresponde a toda “la depresión
momposina”, quiero dar mi visión del departamento del Cesar, por ser este
donde nací y por tener unas condiciones sui
generis marcadas por la música vallenata. No obstante, planteo la discusión en forma
abierta para que a través de la controversia y el aporte construyamos entre
todos el marco teórico que permita iniciar el estudio e investigación del
fenómeno que expongo, pues sé que en otros departamentos sucede algo similar..
El Cesar es un departamento
que goza del privilegio de ser “pluriétnico”
y “pluricultural” y en esa diversidad de etnias y cultura se
amalgama sincréticamente una riqueza inexplotada y a punto de extinguir. En
esta nota tomaré “La tambora” por
considerarlo el canto primigenio, para generar la discusión que permita con el
aporte de todos los lectores, clarificar los orígenes verdaderos de la cultura
del Cesar y posiblemente el origen mismo del “canto vallenato”. Sea esta la oportunidad que brinda las redes
sociales para escudriñar estas expresiones culturales extinguidas o a punto de
desaparecer y lograr con el estudio y la discusión iniciar el proceso de
documentación y rescate para reincorporarlas a nuestro acervo cultural
cesarense.
Desde años inmemoriales
hasta la década de los 60s, años más, años menos, en los pueblos, y caseríos de
los departamentos de Magdalena, sur de Bolívar, Cesar y Guajira, (Aunque parezca una herejía, aquí está
incluido el valle de Upar), se tenía como manifestación cultural el “baile cantao” denominado “La Tambora”, (No había nacido el marinero que cruzó los mares para traer a la Guajira
ese instrumento fuelle llamado acordeón). Nuestros abuelos amenizaban sus
ratos de solaz y esparcimiento con el toque de tamboras y la cantarina voz de
las “cantadoras” desgajaban versos
elementales con que festejaban la cotidianidad de sus vidas. El “currulao”, “la tambora” y el compás marcado por las palmas acompañaban “el canto”, el cual era reforzado por el
coro de voces responsoriales en que repetían rítmicamente el estribillo.
Con este “baile cantao” amenizaban sus jolgorios y
celebraban las fiestas conmemorativas en honor a sus santos patronos. Haciendo
especial énfasis en las realizadas desde la Navidad hasta el 6 de enero,
teniendo su esplendor en la noche del 31 de diciembre a amanecer primero de
enero. Donde sacaban una tambora de calle llamada “El pajarito”. Claro está que
cualquier noche, algún paisano se le antojaba hacer fiesta, entonces se
constituía en “cabeza de guacherna”,
buscaba los tamboreros, los apostaba en cualquier esquina o patio y comenzaban
el toque. El “dum-dum” de las
tamboras, avisaba a los pobladores que había “noche de guacherna”, y entusiasmados asistían al convite, danzando
y cantando sus cantos tradicionales hasta el amanecer.
Los tamboreros se sentaban
juntos, uno al lado del otro. A su lado, la o el cantador, seguido por las personas
que veían el baile y que al mismo tiempo hacían el coro. Cerraba el círculo,
los curiosos y los jóvenes y niños. Al centro de ese círculo, que tocaba
palmas, iban las parejas de bailadores, y
al compás de los golpes hipnóticos de la tambora y el currulao
practicaban el “rascapie” del baile,
donde parecía que levitaran del suelo. Vale la pena anotar que las parejas y
parejos se relevaban en el baile. Cuando se le agotaban las provisiones de
licor al “cabeza de guacherna,”
avisaba al tocador del currulao o “currulaero”
como lo llamaban y este en cualquier momento de la pieza que tocaban, se
levantaba bruscamente y exclamaba: La culebra. Arrojando suavemente su
instrumento cerca los pies del parejo o curioso que tuviera capacidad económica
o crédito en una cantina, para una nueva provisión.
La Tambora tiene cuatro
aires: La tambora-tambora, el chandé, la guacherna y el berroche, cada uno de
ellos con su rítmica, y sonoridad definidas, lo mismo que con su cadencia y
pasos de baile muy singulares. Probablemente en este “baile cantao” se
encuentre el génesis del canto vallenato.
Andando el tiempo, estas
pequeñas comunidades fueron penetradas por culturas foráneas que permearon sus
costumbres. Los nativos comenzaron a reacomodar su visión del mundo, sus tradiciones
y saberes ancestrales, remplazándolos por otros que venían de fuera. Comenzó
así “la amnesia estructural” del
conocimiento de lo nuestro y comenzaron a perder significado algunos actos,
costumbres y tradiciones. En ese proceso de reacomodo gran parte de nuestra
riqueza cultural fue empujada fuera y salieron de la conciencia colectiva,
dejando de hacer parte de la herencia cultural que nos legaron los abuelos.
En este proceso de expulsión
del inventario cultural, jugaron un papel importante, algunas personas, que por
su ascendiente ante la comunidad (dinero, posición social, estudios, política,
medios de comunicación, amistades con personajes del alto gobierno,
padrinazgos, etc.) se creyeron, con razón o sin ella, con derecho a rescribir
la historia de sus comunidades, y en ese propósito, rescribieron a su acomodo
todo el entorno histórico y cultural de nuestros pueblos. Y, como en ese
Macondo inicial y bíblico de Gabo, comenzaron a rebautizar las cosas, a crear
próceres y héroes acomodando sus ancestros al grupo de los vencedores, de los
fuertes y de los poderosos en una irrisoria búsqueda de abolengos que aún
persiste. Así mismo, creyendo “vulgar”
lo terrígena, lo ancestral, lo remplazaron por culturas advenedizas, con la
pretensión de darle “clase” a sus
orígenes, en una lapidación de lo propio. Llevándolo, en algunos pueblos, hasta
su extinción. Solo quedando menciones aisladas de esa cultura en algunos
ancianos, que fieles a sus ancestros, se han negado a olvidarla. En otros casos, son mencionadas
tangencialmente, siempre con un sesgo de clase social como en el caso de “La colita” en Valledupar, que no era
otra cosa que “Noche de guacherna”
con que se regocijaban las clases populares, ya que no podían asistir a los ”bailes de gala” donde los adinerados
festejaban con sus pares.
Afortunadamente este
proceder no fue generalizado, ya que en los pueblos del sur de Bolívar, sur del
Magdalena y sur del Cesar se mantiene el acervo cultural legado de nuestras
generaciones pasadas y aún persiste “el
baile cantao” como máxima expresión cultural, convirtiéndose esta expresión
folclórica en la reina de nuestra cultura. En otros pueblos, no se corrió la
misma suerte, en ellos festejan con bombos y platillos “Festivales” inventados, en un desconocimiento pleno de sus
orígenes, peor aún, la juventud de esos pueblos cree a pie juntillas que “eso”
es su cultura y tradición.
Esta situación hace
necesario ahondar en el estudio de las raíces culturales y desde la escuela y la academia generar el
proceso que le devuelva la memoria a nuestros pueblos, ahora que es posible, ya
que todavía quedan pueblos que celosamente conservan sus costumbres y
tradiciones como en el caso del departamento del Cesar en los municipios de
Gamarra, Tamalameque, Chiriguaná (en La Sierrita), El Paso (grupo Paleolo),
todo el sur de Bolívar y algunos municipios del Magdalena.
Tomado de: Panorama Cultural
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